viernes, 17 de junio de 2016

Al encuentro de Andrés Trapiello, o escribir desde el entusiasmo

Para Andrés Trapiello,
al que no le han dado el Princesa de Asturias de las Letras 2016.



Encuentro

Tenía que impartir un par de horas de clase en la Facultad. Llevaba conmigo los papeles habituales, el Código Civil, alguna otra ley, probablemente farragosa, y mis notas sobre la propiedad intelectual, el tema que me tocaba exponer. En mi cartera iba también, aquella tarde, un artículo de Andrés Trapiello sobre la cultura de lo gratis y la cultura de lo público (De eso se trata), del que pensaba servirme para hablarle a los chicos, alumnas en su mayoría, de los derechos de autor y el desolador pirateo informático.

Llegué a la Facultad con tiempo para pasar por el bar y tomar un café. Entretengo los minutos con desgana y un  periódico local, pero en mis ojos indiferentes estallan de pronto los tipos negros y brillantes de un suelto, que por un instante supuse fantasioso: “El escritor Andrés Trapiello interviene hoy en el ciclo  la creación literaria y sus autores”. Doy las clases de la mano de su artículo, procuro mostrarme convincente como nunca, y regreso a casa para coger dos de sus libros, el primero de los suyos que leí, hará pronto veinticinco años (El buque fantasma), y el entonces más reciente (Miseria y compañía)

Consigo acercarme, exhausto, al lugar de la charla. Mi impaciencia y yo nos acomodamos en una de las pocas butacas libres que quedaban, y durante un rato, mientras Andrés no apareció en escena, me ocupé de la diosa de la suerte que me había conducido hasta allí. No guardaré para mí lo que vi, lo recuerdo bien: el público, más rico y más alegre que una Pascua de Flores, encantado con un Trapiello fantástico por natural, divertido y emotivo .

Media vida leyéndolo, con la pasión escogida que siento como lector por toda su obra, y al fin logro saludarlo por primera (y hasta hoy única) vez. Apenas pudimos, con tantísimo barullo,  cruzar cuatro palabras. Me dedica los libros que me acompañan, y entre una y otra dedicatoria le entrego la tarjeta postal que conservaba para regalársela algún día; lo sabía desde que me hice con ella. 

Era una postal del barco V.C. Montevideo, el paquebote en el que Zenobia Camprubí y Juan Ramón Jiménez regresaron de su viaje de bodas desde Nueva York a Cádiz en junio de 1916,  y durante el cual JRJ escribió gran parte de su Diario de un poeta, según podemos leer de su puño y letra en el reverso de  la tarjeta postal que Andrés Trapiello reproduce en su Calidoscopio juanramoniano. Una postal igual a aquella con la que yo había ido, “con lo mejor de la vida”, luego lo supe, a su encuentro.




Escribir desde el entusiasmo

No sé cuántos lectores tiene Andrés Trapiello; quizá no  demasiados ni tampoco demasiado pocos, seguramente los justos, como en ocasiones imagina, pero me resisto a contarme -si de contar se trata- entre ellos como uno más, y no por soberbia, desde luego. Lo diré sin rodeos: soy un lector que lo lee con la pasión reservada para las personas y las cosas que  respeto, aprecio y quiero singularmente.  

Un apasionado modo de leer nada extraño, por lo demás, a buena parte de sus lectores, entre los que, gracias a compartir ese virus felizmente contagioso, cuento con amigxs  irrepetibles; y una pasión de lector que a nadie ha de sorprender: Trapiello escribe desde el entusiasmo, melancolía incluida, y sus lectores somos un poco como él, a ratos melancólicos y otras veces entusiastas. Nunca entendí, por ello, esa manía suya de compadecernos ni por qué tenemos que darle pena, si es verdad, como acostumbra a  repetir, que nos encuentra como él. 

¿Escribe Andrés Trapiello desde el entusiasmo? Sin duda, en la medida en que para él la literatura nace y parte de la vida, es vida misma, literatura y vida son la misma cosa, repite también a menudo, y no concibe una literatura que no esté escrita en la senda de los sentimientos; algo, por cierto, que últimamente no le impide reconocer el escaso prestigio que puede alcanzar la literatura cuando se mide con la vida… 

Se comprende, así, que para Trapiello la literatura hable, como la vida, de personas: cualquier vida, si no es absurda, tiene un argumento. Pocos vienen a este mundo, añade, para ser protagonistas de La cartuja de Parma o Guerra y paz, pero todos llevamos encima, como Pla, nuestro cuaderno gris particular.

Al final, nadie escribe setecientas páginas, las de su más reciente entrega diarística, Seré duda, para producir tristeza, aunque sí, como apunta su (sano) crítico Jordi Gracia (Franciscano impuro), para ir despachando asuntos sin perder honradez literaria ni buen humor.

"Ahora he hallado ser verdadero (…)  que lo que se sabe sentir se sabe decir”: he ahí un ideal cervantino (El amante liberal),  atraído para sí por  Trapiello  y al que no ha dejado de ser fiel, con tanta y tanta fortuna, me parece a mí, una escritura natural como la suya. Pienso, en este sentido, en su modelo de estilo, mejor será decir de no estilo,  que en todo caso -él lo asegura- ha de venir solo y sin que se note para ser un gran estilo, a pesar de que eso del estilo no sea lo más importante en la literatura, aclara, y sí los sentimientos, y la moralidad: la literatura, sostiene, nos enseña a bien vivir, está para enseñarnos a ser mejores (Escribir de lo que nos pasa).

Andrés Trapiello afirma su condición de poeta y escritor, por ese orden, y por poeta ante todo lo tenemos sus lectores, es verdad, escriba o no con las formas aparentes de los versos;  un poeta que se alimenta fundamentalmente de la vida: lo sabe, mejor que nadie, su amigo  Eloy Sánchez Rosillo (Invitación a la poesía de Andrés Trapiello). Le importe o no a Trapiello estar bendecido por la caña de Virgilio, o le importe lo mismo que la salvadera de Campoamor, un bledo, al leer su poesía le entran a uno ganas de exclamar, sin alharacas, pero con alborozo, como  Federico II  El Grande, “aún quedan poetas en Las Viñas”, por más que el rey de Prusia no se refiriese a los poetas ni a Las Viñas. 

Estoy lejos de compartir, por lo tanto, esa idea suya según la cual un poeta escribe “en un papel prestado y con plumas prestadas”, y que de poeta a poeta “solo varía el trazo, la caligrafía” (nota inicial a Las tradiciones). Hay algo que sí varía. Regreso a Sánchez Rosillo: lo verdaderamente misterioso y maravilloso de la poesía es que, “siendo siempre la misma, sea en cada poeta por completo diferente”, y si bien los temas de la poesía de Andrés Trapiello no pueden ser otros que los de la poesía de siempre, “qué nuevo todo en sus libros, qué únicamente propio de su autor”, la temporalidad, la naturaleza, su casa, sus amigos, y el amor dentro del ámbito de lo familiar, poemas de amor por sus hijos y de amor por su mujer, lo real de su vida. 

Andrés Trapiello, el que escribe desde el entusiasmo de la literatura, desde el entusiasmo de la vida, ese que le lleva a observar con desazón que en Ferrol no se venden paraguas de colores, solo negros, y que las gentes de por aquí únicamente hablan a resguardo del influyente pesimismo de la lluvia. Escribió esto, lo cuenta él, en un hotelito modesto, en una rúa del barrio viejo, en un mirador de un primer piso. Presiento que lo hizo en el hotel El Suizo y en la misma calle Dolores, puerta con puerta con El Suizo, en la que viví mis quince primeros años, donde pasé mi infancia y, al modo de Ramón Gaya que Andrés no cesa de recordar, donde desperté a la vida. 








6 comentarios:

  1. Como siempre, que gusto leerte... Y hoy, agradezco que me descubras a Andrés, del que sin falta el Lunes, me compraré un libro 👏👏👏👏

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    1. Eso es lo mejor, Lichy, leer a Trapiello. Graciasss!!!

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    2. No sé cómo, pero los lectores de Trapiello acabamos encontrándonos siempre.Una delicia leer a Trapiello y otra delicia encontrar su blog y disfrutar de sus reflexiones,que comparto.Gracias.

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    3. A mí también me alegra este otro encuentro entre lectores, amigx anónimo. Le agradezco sus palabras.

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